Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Pronto tendremos un tren hacia la capital, un vuelo directo hacia Madrid, más inversiones extranjeras, se abrirán mas puestos de trabajo, se construirán miles de casas habitación, la percepción de inseguridad está con bajos índices, se abren muchas plazas comerciales y lugares de ocio y esparcimiento, Querétaro parece la tierra de jauja.El crecimiento de la entidad no se detiene y siguen las oportunidades para los inversionistas y nuevos habitantes. Parece que el éxito es imparable. Pero ¿Qué costo es el que pagamos? ¿Cuál será el limite del crecimiento? ¿El desarrollo siempre será benéfico?
Ahora veamos el lado opuesto de la moneda. La calidad de vida no está siendo proporcional a los índices de crecimiento y oportunidades que se logran. Los recursos naturales no solo están limitados, sino que ya están sobrepasados. Como el agua, por ejemplo. Las proyecciones que se hacían en 1980 era que los recursos hídricos estaban al límite y tendrían un alcance de 20 años. Si tomamos en cuenta que todavía no ocurría el sismo de 1985 cuando empezó a experimentarse la gran migración de habitantes del entonces Distrito Federal, las alarmas se encendían. Pero aun Querétaro era considerada una ciudad media, una incipiente capital con poblados rurales aislados periféricos que contaban con suficientes recursos naturales, aunque con carencias de infraestructura urbana.
A partir de la crisis del 1994 la nueva oleada migratoria ejerció una presión demográfica y urbana no planeada, que tomó por sorpresa a los gobiernos locales, que nunca proyectaron un crecimiento ordenado ni bien administrado de la ciudad. De aquellos años a la fecha, aunado a otros fenómenos externos tales como la violencia en regiones y zonas del país, Querétaro ofrece un cierto santuario de seguridad pública, con sus asegunes de una Metrópolis con presiones de grupos poblacionales diversos y quienes vienen a refugiarse de la violencia en núcleos conflictivos. Por si no fuera suficiente, el calentamiento global, el stress hídrico, el abastecimiento del agua de puntos cada vez más lejanos y críticos, y una aglomeración de personas y tráfico son retos que se enlistan en la agenda y asignaturas pendientes a resolver.
Los gobernantes y administradores públicos, preocupados más en sus carreras políticas y en cuotas de poder que en administrar correctamente la ciudad y su metrópoli, aunado a que quienes llegan a gobernar por vías electorales no cuentan con la preparación suficiente para administrar la urbe y su población que tiene demandas cada vez más acuciantes. En un estudio sobre la ciudad de Buenos Aires, Pablo Ciccolella e Iliana Mignaqui, en “metrópolis latinoamericanas: fragilidad del Estado, proyecto hegemónico y demandas ciudadanas” (2008) señalan que en este tipo de fenómenos urbanos aparece un triangulo dramático en los proyectos hegemónicos de la ciudad impulsados por el capital financiero-hegemónico, la fragilidad del estado local y la apropiación de instrumentos constitucionales de la ciudadanía.
Coincido con estos autores sobre la evidente falta de un modelo territorial para lograr una ciudad deseabley sus instrumentos adecuados para administrarla de manera sustentable. Pero lo que vemos dramática y de forma fatal es que se evidencia una fragilidad institucional que cede o es cómplice de los intereses corporativos e inmobiliarios, aprovechando el descontrol, la individualidad, el clientelismo politico y la falta de foco de una ciudadanía sobre las demandas puntuales para poner orden en la ciudad.
Querétaro está teniendo un éxito inusitado tanto en su crecimiento y desarrollo, pero el costo que se refleja en la calidad de vida está resultando muy caro en términos ecológicos, de suministro de recursos y de instauración de patrones culturales. Y lo más crítico es que no se están tomando cartas en el asunto, ante un fenómeno de gigantismo urbano desmesurado, que tarde que temprano llevará al colapso a la ciudad y su concomitante área metropolitana por no poner límites y periodos de crecimiento controlado. Mucho tren y poca agua.
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