OPINIÓN NO PEDIDA
Por Carlos E. Ricalde Peniche
¡Ni Un Toro Más!
¡Ni un toro más sacrificado en un ruedo!
No soy un chapulín de convicciones flexibles como algunos congresistas, pero reconozco que hay excepciones en la vida que nos obligan a recular. Confieso que he sido simpatizante de las corridas de toros, incluso en los años mozos alegré algunos novillos con emotivos capotazos, sin embargo, hoy me bajo del tendido y me pongo en lugar del toro y, sin ofender a queridos amigos que viven, sienten y festinan la fiesta brava, francamente, la opción de ser lidiado no me gustó y ahora defiendo al burel y no al matador. Es más, me apremia la urgencia de la abolición de las corridas de toros por ética, evolución cultural y compasión.
Las corridas de toros son una de las manifestaciones más crueles, violentas y contradictorias que aún persisten bajo el disfraz de arte y cultura. Aunque se defiendan como arte, tradición o espectáculo patrimonial, lo cierto es que son actos públicos de tortura y asesinato sistemático de un ser vivo, convertidos en fiesta, aplauso y celebración. En pleno siglo XXI, es inaceptable que se mantenga esta práctica que constituye, sin matices, una forma de abuso, burla, humillación y asesinato legalizado.
El toro bravo, animal criado especialmente para la lidia, es presentado como una bestia valiente, noble, fuerte y temible, que asimila el dolor del primer puyazo en segundos y deja de sentirlo, porque en vez de salir huyendo como cualquier otro animal, vuelve a embestir. Pero esa imagen épica es una farsa cuidadosamente construida para justificar el desequilibrio brutal de la corrida. Diversos estudios científicos y testimonios han documentado que el enfrentamiento no es parejo: al toro se le debilita antes de salir al ruedo, se le traslada por horas sin comida ni agua, se le somete a golpes, estrés y desorientación, y en muchos casos se le mutilan los cuernos (afeitado) para disminuir su puntería y capacidad de daño, debido, como se dijo, a que se desorienta. Nada en ese “duelo” es justo ni digno. La lidia es una coreografía de desgaste y sometimiento, diseñada para que el animal llegue al final disminuido, casi sin fuerza y sin posibilidad real de defenderse. El toro no ataca por su bravura natural, sino porque está acorralado, herido, confundido y obligado a actuar por instinto. Su lucha no es heroica: es agónica.
Peor aún, es la burla simbólica que acompaña su muerte. Después de minutos de laceración, sangrado, punciones y banderillas, el toro recibe una estocada en los pulmones o el corazón. Si no muere de inmediato, se le corta la médula espinal con una puntilla para que quede paralizado. Lo más grotesco sucede al final: cuando es
arrastrado fuera del ruedo por mulillas, bajo una lluvia de aplausos, como si se le rindiera honor a su bravura. Esa escena no es un homenaje: es una humillación post mortem, un gesto vacío que pretende ennoblecer lo que no es más que un espectáculo de crueldad.
La supuesta “nobleza” del animal es explotada para justificar su exterminio a fin de cobijar una serie de negocios, empleos y ganancias, que me atrevo a calificar como “dinero mal habido”. ¿Qué se perderán empleos?, pues a cambiar de chamba; ¿Qué se extinguirá el toro de lidia?, pues a tomarle fotos y hacerle estatuas; ¿Qué es mucho ruido por 48 bureles al año que matan en una plaza de toros como la de Querétaro?, pues que organicen tientas turísticas y paseos explicados en los ranchos de toro bravo; ¿Qué vociferan por esas 48 reses bravas que matan y nadie se ocupa del millón de perros cajeros en la ciudad ni de los niños que viven con sus padres o solos en condición de calle?, ¡pues también hay que tomar cartas en el asunto!, pero que no sea pretexto para el sacrificio circense de un solo toro de lidia.
Ni un toro más debe morir para entretener a nadie. La ética exige conciencia. La compasión nos llama a la protección. Y la verdad nos obliga a desenmascarar esta farsa cruel que aplaude la muerte como si fuera arte. Ni un Toro más. Nunca más.
SACACORCHOS
1) La tradición nunca puede ser excusa para el sufrimiento ajeno. Es tiempo de dejar de aplaudir la sangre. La esclavitud, las ejecuciones públicas, las peleas de gladiadores en el Circo Romano, entre otras expresiones de barbarie, fueron abolidas porque eran inhumanas.
2) No hay belleza en la tortura. No hay arte en la violencia. No hay cultura en el dolor ajeno. ¿Puede ser?
CERP/Abril 07/2025
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