Neon

 

Para Juan Carlos García Ramos, Psic.

 

Manuel Basaldúa Hernández

 

Hay un experimento de psicología que refiere un cierto nivel de ansiedad en las personas. Su hipótesis se basa en señalar que una persona puede aguardar a que pase su autobús en una de sus terminales con un lapso de hasta cuarenta minutos antes de desesperarse y mostrarse ansioso. En cambio, su ansiedad es alta cuando espera solo un par de minutos que baje el ascensor al que ha hecho la llamada, o bien cuando ya esta dentro de la cabina y quiere llegar al piso elegido y mucho más cuando este se detiene y percibe como eternos los segundos de tiempo para que se abran las puertas.

 

La experimentación de la ansiedad en la población esta apareciendo en estas jornadas de vacunación contra el covid19. Cómo es mayormente conocido, el Gobierno Federal mexicano ha decidido proteger con el biológico a la población con mayor edad, o como se le ha etiquetado, a los de la “tercera edad”.

 

A un año de que se decretó un confinamiento de la población a sus casas, y haciendo énfasis en los “adultos mayores” de su cuidado, estos deben de acudir a los centros de atención para el inicio de la vacunación masiva.

 

El escenario de esta jornada de vacunación puede dividirse en dos partes. El externo, donde se publican las indicaciones para llevar a cabo la vacunación, así como la asistencia a los centros correspondientes. Y el interno, donde ya ingresados al operativo las cosas tienen otro matiz.

 

En el escenario externo, es recurrente experimentar u observar, esa ansiedad a la que hacíamos referencia al inicio de este escrito. Se tuvo la paciencia y resignación de estar enclaustrados durante un año. Pero estar formado en una fila a donde se encuentra por fin un medicamento que puede ser una cierta protección de salud, y estar a metros de distancia y pocos minutos para obtenerlo, la ansiedad se manifiesta.

 

Muchos ciudadanos perciben caos, desorganización y falta de sensibilidad de quienes están a cargo de esta jornada de vacunación. Pero esta experiencia esta matizada por esa ansiedad generada por la pandemia. La sana distancia importaba poco, porque ganar unos centímetros en la formación o si se podía, meterse antes que los otros, es signo de asirse a la esperanza de protegerse del virus. Estar ya frente a quien está encargado de la inyección era el deseo, así fuera un tremendo miedo al piquete de la aguja.

 

Cada asistente a recibir la vacuna lleva una idea de como organizar mejor esta jornada, y también lleva una queja o un reclamo. Expresarlo con energía, incluso hasta con enojo y cierto resentimiento por la “lentitud” de la vacunación es otro de esos matices de la ansiedad. Durante muchos meses sin tener espacios de convivencia o interrelación con otros, hizo que se guardaran las emociones e intercambios. Sociales como esencia a final de cuentas, los hombres y mujeres van cargados de energía para explotar verbal y corporalmente.

 

El escenario interno ya es distinto. Los símbolos de autoridad ejercen su fuerza. Los chalecos y el megáfono ayudan a administrar el paso de las personas. Ubicarlas de acuerdo a sus capacidades, condiciones físicas y apellidos o documentos portables. Los uniformes militares indican el respeto al orden y evitar escándalos o vandalismo. Y finalmente, las batas blancas o uniformes de salud, que imponen una autoridad total sobre el ciudadano/paciente.

 

La fluidez para la vacunación y su respectivo registro para una segunda dosis es efectiva. La percepción de agradecimiento o reconocimiento para quienes efectúan esa tarea se hace explicita en algunos y en otros con su silencio. Desde luego que hubo y hay eventos que han causado polémica, a los cuales no se esta exento en un proceso masivo como estos. No los justifico ni los juzgo, ni tampoco pasamos por alto, eso hay que evaluarlo al final de todo este fenómeno, y corresponde a otros espacios.

 

Me llamaba mucho la atención aquellas exclamaciones de jubilo de personas que recibían la dosis anticovid, o de los hijos dejando ver su emoción de que sus padres ya habían sido vacunados. Me parece que es una forma de manifestar que la vida es valiosa, que la solidaridad y la participación social es vital. Y que se siente como un triunfo este paso, aunque sabemos que todavía hay camino que recorrer junto con la ciencia, el confinamiento, los protocolos sanitarios y la sana distancia.

 

Ahora, empieza la larga espera para la segunda dosis, para los adultos de 50 años, a los maduros de 40 y 30, y desde luego, para los jóvenes y niños que están ávidos de saltar a las escuelas, al trabajo, a la convivencia. Pero el cuidado debe seguir, y sobre todo tener en cuenta que nuestra vida se ha transformado totalmente.

 

Las Brigadas Correcaminos están haciendo un buen papel y quedarán como los médicos y el personal de salud, sin un reconocimiento adecuado por su trabajo. Solamente con la satisfacción de haber contribuido a combatir este flagelo, quizá sea su única recompensa.

 

 

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