Neon

Manuel Basaldúa Hernández

 

En tiempos remotos existía la idea de quienes gobernaban y ejercían el poder eran los viejos. Acumulada una larga experiencia en la vida, conocimiento pleno de su entorno físico, destreza en la política y palabras certeras que se condensaban en sentencias o frases ingeniosas e irrefutables eran las herramientas de los gobernantes. Aunado a la concentración de formas de equilibrio y sensatez que eran utilizadas para tomar decisiones para orientar a su pueblo y traer el beneficio de la comunidad.

 

El consejo de ancianos, o el más anciano, era la última instancia para llevar a los pueblos a formas de organización eficientes y equilibradas con su entorno. El sacrificio de los gobernantes ante y para su pueblo se veía como natural frente a una calamidad o una decisión difícil.

 

El imaginario del poder y la autoridad radicaba en la práctica de reglas formadas por una serie de destrezas pragmáticas que equilibraban las fuerzas existentes entre quienes era pertenecientes a los grupos. Incluso se agregaban tabús alrededor de ese poder que debía de aplicarse bajo fuertes creencias y valores.

 

La comunidad era la idea principal. La idea de lo colectivo tenía prioridad. Ejercer el poder estaba envuelto en esa aura de respeto, quizá temor y sometimiento. La autoridad estaba cubierta de simbolismos, creencias y mitos.

 

En la actualidad nuestros gobernantes la mayoría son jóvenes o con medianía de edad. Que se caracterizan por tomar decisiones con un discurso facilón, buscando soluciones abstractas que no alcanzan a dimensionar la esencia de los problemas de su pueblo. Todo ello, porque no han alcanzado una madurez ni en su vida propia ni en la asimilación de la naturaleza de la vida pública. También es producto de su falta de visión de la comunidad a la cual dicen o aspiran servir, y resultado de una horizontalidad en el poder que se ha desdibujado entre la comunidad. Espero que esto no se tome como un prejuicio mío, basta revisar algunas entrevistas o declaraciones de los candidatos o gobernantes para corroborarlo.

 

La idea de igualdad que predican los personajes c esconde en realidad todo lo contrario. Aunado a una serie de defectos en su personalidad que carcomen a las instituciones que le dan solidez al poder y su forma de ejercerlo.  Se respira un tufo narcisista en las aspiraciones de un candidato a ocupar un puesto de gobierno, y una falta de visión amplia y sensatez a la hora de ejercer el poder. Despojados de principios, quienes deberían ser fieles seguidores del gobernante son ahora empleados que siguen al mejor postor. Los gobernantes asumen el ejercicio de un puesto al que la comunidad que

gobierna le ha perdido el respeto.  Quizá tolerable por la idea de que la riqueza económica sea su recompensa y no el reconocimiento del servicio a la gente.

 

En este tercer decenio del Siglo XXI pareciera que la sociedad mexicana alcanzó el ejercicio de la democracia. Aspiración de muchos para sentir que alcanzamos la modernidad. Pero llegamos a esta etapa justo cuando los problemas sociales se han agudizado debido a calamidades climáticas, de seguridad, económicas y de salud, por citar solamente las más acuciantes.

 

Con un escenario lleno de caudillos, traiciones, gobiernos efímeros, regionales, con acuerdos llenos de dificultades, y una constitución casi ideal pero poco aplicable para orientar a una incipiente nación, nuestra historia se ha ido cuajando lentamente. Despojados de la tutela de un partido que se erigió como supremo, pero que enquistó muchas de sus malas mañas y los más perjudiciales métodos de gobierno nos encaminamos a la construcción de una incipiente democracia.

 

No obstante, esa serie de etiquetas el gobierno histórico venido de las componendas que dejo la Revolución Mexicana, integró a personajes que eran pensadores serios y respetables, que tenían visión de futuro y de integración nacional. Con valores, espíritu humanista y hambre de desarrollo de su pueblo erigió instituciones para conducir el país. Esta formación de intelectuales, de sabios, de ingeniosos para contribuir al desarrollo dejó de tener el respaldo necesario para multiplicarse. Y se fueron diluyendo poco a poco, al igual que esos organismos fuertes y útiles al país.

 

No logramos visualizar en que momento tales instituciones se fueron carcomiendo que ahora no son suficientes para ser contundentes en el derrotero de la nación. Y arribamos a un país polarizado, con muchos resentimientos y pocas prácticas solidarias, que lleven a una participación comunitaria. Y quienes están al mando, prefieren sacrificar a su pueblo antes que sacrificar algo de su patrimonio o de su integridad física. Dejando a su suerte a sus seguidores o a sus compinches.

 

El tejido social, lo más sencillo y simple de nuestra forma de integración local comunitaria esta trastocada. Deformamos la idea del estado y ninguneamos la autoridad del gobierno. Lo hacemos encarnizadamente, sin reparar que ese entramado es nuestro espejo como sociedad.

 

En este periodo electoral, no sabremos a ciencia cierta, quien ganó o quien perdió. Que ganamos o que dejamos de ganar. El ejercicio electoral será una práctica vacía llena de insatisfacción para quienes ejercerán el sufragio. Mal haríamos en quedarnos en esa inercia. Y para avanzar, debemos reflexionar que se requiere para centrarnos en lograr la libertad, la tolerancia y la democracia, como señala Karl Popper. Y no dejar el gobierno en manos de un déspota. Recuperar la figura del estado como soberano que deba regir mediante instituciones, y dejar de jugar a que somos un pueblo bueno, sino una sociedad moderna, sensata y madura.

 

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