Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

Vivimos tiempos álgidos, confusos y difusos. Las costumbres han sido trastocadas, los hábitos de la humanidad puestos en la crítica y los afectos y deseos en la picota. Las instituciones que conducen el comportamiento humano se asemejan a un gigante ciclope ciego que trastabilla torpemente a tientas en una cueva oscura sin saber a dónde dirigirse.  Y quienes conforman esas instituciones son ese ojo cegado que alimenta la ira.

Estamos ante una tragedia moderna con la misma intensidad de las escritas por Eurípides, Esquilo o Tespis, pero con una carga pesimista de Kafka, Schopenhauer o Kierkegaard. El extravío de las instituciones y sus formas de operar, de convivencia, de democracia, de afectos y deseo causan sosiego y zozobra. Lo peor es que carecemos de oráculos a quien recurrir para hacer las preguntas pertinentes y saber cuál será el desenlace y la respuesta. Es más, tal parece que ni siquiera sabemos quién es la pitonisa y cuáles son las preguntas que hay que formular adecuadamente.

Esta tragedia moderna trae a cuenta las máscaras con las cuales se denuncia, se hace apología del anonimato para la condena, para la exigencia de justicia y el arrebato de la representación del pueblo o de una comunidad agraviada. Quizá estemos frente a una representación teatral desfigurando la tragedia griega para socavar las instituciones y que expresan algo que no alcanzamos a descifrar ni que sus protagonistas son claros en sus propósitos.  Pero, ¿Por qué las instituciones abandonan su autopoiesis? Hay que ser valientes y enfrentar las preguntas, construir el nuevo oráculo. Pero hay que poner orden a partir de las instituciones ya creadas.

Pero basta de metáforas y simbolismos. Vayamos a lo empírico y al positivismo.  A nivel nacional el Jefe del Poder Ejecutivo actúa como el enemigo de las instituciones. “Al diablo con sus instituciones” manifestó un día, y lo ha sostenido ahora que tiene el poder en sus manos. Llegó a él con la promesa de combatir la corrupción como una forma de transformación. Pero solamente ha vociferado adjetivos y epítetos a sus enemigos políticos, a quienes se atreven a criticar sus erráticos designios. Acusa y descalifica, pero hasta la fecha no hay una sola persona en prisión por motivos de corrupción. Sus coros repiten sus ditirambos. Pero en esencia no ha solucionado nada y mantiene en vilo a la sociedad que se tambalea entre su estancamiento. No opera con las instituciones y destruye el orden social.

¿Este modelo de gobernar porque es tan exitoso cuando vemos que el país en términos económicos, de salud, de seguridad, de cultura, de ciencia, de energía, entre otros muchos elementos no es el correcto para una sociedad moderna y desarrollada? La combinación de un sector de la población azorada y estática dejó que la democracia deliberativa y participativa corra el riesgo de ser trastocada y claudicar ante una tiranía. Esta condición de inmovilidad ha cedido el lugar al protagonismo de otro sector de la población que ha tomado por asalto la orientación de las acciones y que socaba las instituciones. La democracia es la primera víctima.

 

En el caso de la UAQ en paro, las circunstancias son similares. Se denuncia el acoso sexual y la violencia de género que ocurre dentro de la Universidad, peticiones justas y justificadas. Hay muchas denuncias, pero hasta el momento no hay un solo detenido. Desde el anonimato se profieren acusaciones, muestra de un hartazgo del ambiente hostil y de abuso de poder. Pero no se acude a las instituciones, y estas tampoco son capaces de entrar en acción para establecer el orden social. El sometimiento de una parte contra otra, como demanda contra el sometimiento. La democracia deliberativa y participativa está en riesgo, porque unos se abrogan la representación, sin respetar las instancias adecuadas que las instituciones ofrecen. Esto ocurre porque también existe una parte de la comunidad universitaria azorada y estática, que deja lugar a que se logren objetivos sin que se resuelvan los problemas que originaron la demanda principal.

 

De la tragedia griega nos pasamos a los propósitos perversos similares a la naranja mecánica, esa anécdota de ficción de la novela de Anthony Burgess y hecha película por Stanley Kubrick. Querer resolver las desviaciones sexuales y violentas de un sector de la población mediante recursos inhumanos y trastocando las instituciones, sin lograr positivamente sus propósitos, y si pervertirlos mediante acciones tiránicas.

 

Muchos actores quieren justificar lo que está ocurriendo, tanto de un lado como de otro, diciendo tímidamente que “estamos viviendo tiempos diferentes”.  Hace falta que recuperemos la claridad del funcionalismo de la sociedad. De otra forma, seguiremos experimentando lo que ocurre como una tragedia cuando estamos a punto de que se convierta en una comedia nuestra vida social. No permitamos que esto llegue a ser una naranja mecánica queretana o una naranja mecánica nacional. Recuperemos la democracia, los valores de la educación y el respeto hacia el otro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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